Así como ves en la imagen que ilustra este artículo, estaba yo el año pasado y a inicios de este año. Trabajando en varios proyectos propios, atendiendo cursos, trabajando con clientes mientras al mismo tiempo, me ocupaba de la casa, los chicos, la vida.

En mi afán de prestar un buen servicio, estaba todo el día conectada, siempre disponible para todos. Mis sesiones se alargaban (hasta superar el doble de tiempo establecido en las consultorías), los proyectos de diseño web se atrasaban por cambios y revisiones interminables (sin cobrar ese tiempo ni trabajo extra).

Llegué a casi odiar mi negocio. Llegué a desear que no me contacten potenciales clientes…
Y un negocio sin clientes… no tiene futuro.
Dejé de disfrutar lo que hacía, pasó de ser mi pasión a mi obligación. Empecé a sentirme hastiada.
Te pasó alguna vez?

Conversando con una gran amiga y coach (www.fabelcoaching.com), evalué qué exactamente era lo que estaba pasando. Me tomé un largo tiempo para pensarlo.
Las conclusiones fueron muy interesantes, te las cuento a continuación.

Primero: Falta de enfoque

Esto no es novedad ahora, en ese momento fue una relevación, estaba haciendo un montón de cosas dispersas, mucho trabajo pero pocos resultados, pues las acciones no estaban enfocadas a lograr un objetivo concreto.

La solución? buscar ayuda! empecé a trabajar con una nueva coach (Ana Cecilia Vera, nueva como MI coach,  tiene una gran trayectoria y experiencia). Con ella pude definir mi visión, mis objetivos y gracias a ese trabajo en conjunto (que aún continúa), hoy tengo clarísimo a qué apunto. Digamos que mi GPS interno tiene marcado el punto de llegada, estoy transitando firmemente el camino hacia ahí.

Segundo: No trabajaba con mi cliente ideal

Dicen que una de las claves del fracaso es tratar de agradar a todo el mundo, pues yo le doy una vuelta de tuerca:

“La clave del fracaso como emprendedor es aceptar a cualquiera como cliente”

Por no decir que “NO”, o simplemente por tener nuevos clientes (y el dinero que eso implica), acepté proyectos en los cuales no me sentía cómoda, ya fuera por el proyecto en sí o por no lograr conectar bien con el cliente.
Como consecuencia, me sentía frustrada, los proyectos no avanzaban bien y los clientes no estaban del todo felices… como ves, nadie gana en este tipo de situaciones.

La solución: sinceramiento, terminé los proyectos lo mejor que pude. Y me hice la promesa de sólo trabajar con clientes ideales (“divinos” fue el término que usé al describirlos en una sesión con mi coach). Desde ese momento, me entrené en identificar y pre-seleccionar a los clientes con los que trabajo. Como digo siempre: no estamos para agradar a todos, sino para ayudar y servir a los adecuados para nosotros.

Tercero: No tenía límites claros (y no era firme a la hora de que se cumplan)

Lo “normal” era que mi teléfono no parara en todo el día (y gran parte de la noche, pues al tener clientes en diferentes zonas horarias enviaban mensajes durante “sus” horarios normales). Y así como sonaba o vibraba, así saltaba yo para atender y responder.
Siempre fui flexible, accesible, en los diversos cursos y entrenamientos en los que estuve, siempre hicieron incapié en brindar un servicio de excelencia, “recorrer la milla extra” (the extra mile, en inglés), en cuanto a atención al cliente.
Confieso que lo malinterpreté. Brindar un servicio de excelencia poco tiene que ver con estar disponible 24×7. Eso se inclina más a crear una relación de dependencia con el cliente. Algo más que noté, es que al estar siempre disponible, el cliente se puede volver “perezoso”, es decir, no busca respuestas, no intenta resolver sus temas por sí mismo, recurre ante la más mínima duda. Al querer brindar un mejor servicio… estaba haciendo lo contrario!
Como lo veo yo, la relación entre mis clientes y yo no debe ser de co-dependencia, sino de equipo.

La solución: límites claros, políticas de acceso a mi mail y celular bien definidas, establecidas de antemano y de ser necesario, recordadas con amabilidad (pero con firmeza).

Al principio, estaba ATERRADA de poner ésto en la práctica.

Fallé muchas veces, pues me cuesta decir que “no”, no contestar al segundo (aunque sea medianoche, un domingo a la tarde, un feriado, no soy perfecta!).
Lo bueno, es que es algo que con la práctica se logra más fácilmente.
Y veo que al poner límites claros, los clientes saben bien qué pueden esperar y cómo.
Es más… en varios casos me han agradecido por ponerles esos límites, por desafiarlos a que encuentren las soluciones y se “amañen” a la hora de resolver algo.
Me han dicho que se sintieron emponderados y satisfechos por lograr eso por sí mismos.

Es fácil poner límites? para mi no ha sido ni es del todo sencillo.
Vale la pena? ES INDISPENSABLE! si querés preservar la cordura, la vida familiar y si querés seguir amando lo que hacés.
Así que ahora sólo reviso el correo electrónico 3 (o 4 veces al día), y no contesto mails, mensajes, whatsapp ni «palomas mensajeras» después de las 18hs y los fines de semana son para descansar, recargar energías y conectar con mis afectos. Como consecuencia de ésto, vuelvo a sentir que tengo el mando de mi vida, vuelvo a sentir entusiasmo por lo que hago y aunque no hice ni webinars, ni publicidades, ni siquiera escribí en el blog, están llegando nuevos clientes!

Ahora me interesa saber sobre vos y tu negocio:

Tienes límites claros en tu negocio?
Cómo te sientes a la hora de recalcar o reafirmar un límite a un cliente?
Tienes alguna sugerencia o experiencia que quieras compartir sobre este tema?

Gracias por leerme!

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